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Foto del escritorDon V.

Contra la Entropía: La Creación de un Nosotros



Hay una fuerza primigenia, tan sutil y tan contundente como el latido de la tierra misma, que se despierta cuando dos caminos confluyen en uno.


No es azar ni destino, es la certeza de dos existencias que, en su contingencia, encuentran sentido. Ese encuentro, por breve que sea, trasciende lo efímero y desafía la lógica del tiempo.


Desde entonces, el tiempo deja de fluir como un río monótono. Ahora se pliega, se curva, se detiene en los momentos compartidos, como si el universo mismo conspirara para contemplar lo que hemos construido.


Pero, qué significa realmente “construir” algo en un mundo donde todo está en perpetua transformación? Amar, quizá, no sea otra cosa que desafiar esa impermanencia, apostar a la permanencia en medio del cambio, aun sabiendo que la apuesta es siempre incierta.


En esa mixtura, nadie quiere fragmentos, ni migajas de un "nosotros". Se quiere el TODO. La luz y las sombras, los días ruidosos y las madrugadas serenas, la risa sincera y también las discusiones que confrontan con nuestra propia humanidad.


Sin embargo, el camino hacia la plenitud nunca es lineal. Entre la intención y la acción aparecen barreras, muchas de ellas invisibles, construidas no solo, por el mundo externo, sino por los laberintos de nuestra propia mente.


Ahí, en los recovecos de lo no dicho, nacen los fantasmas, no espectros tangibles, sino proyecciones de nuestros miedos. Pero que son estos fantasmas, sino una sombra del mismo amor?


Su existencia prueba que amamos con tal intensidad que incluso el menor indicio de pérdida se convierte en un abismo.


El desafío, entonces, no es eliminarlos, sino aprender a convivir con ellos. Aprender que no son enemigos, sino interlocutores silenciosos que nos confrontan con la fragilidad de nuestra condición.


Amar no es la ausencia de dudas, sino la decisión de persistir a pesar de ellas. No se trata de ganaler al mundo, sino de redefinirlo juntos.


En esa creación conjunta, cada celebración, cada momento compartido, cada silencio cómodo o incómodo, es una manifestación de que hemos elegido estar, con todo lo que eso implica.


Jamas buscare la eternidad, porque sería negarle a los sentimientos su dimensión humana. Lo que quiero es este momento, este lugar, esta vida, lo único que verdaderamente nos pertenece.


Ahi se encuentra el verdadero aquí y el ahora, un espacio donde la lógica deja de ser relevante y lo esencial se impone: su risa, su enojo, su mirada, su cariño, su existencia.


Las sombras seguirán, como siempre lo hacen, pero también lo hará la certeza de que mientras nos elijamos, habrá lugar suficiente para sostenernos.


Y quizá, solo quizá, esa elección diaria sea la forma más pura de la filosofía, un compromiso constante con lo que da sentido a nuestras vidas.

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