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Foto del escritorDon V.

Ecos de Conexión: Reflexiones sobre el Amor, la Presencia y la Ausencia.

Actualizado: 13 sept



Hay algo casi indescriptible en la forma en que algunas personas irrumpen en nuestras vidas, como si un propósito oculto colocara cada pieza en su lugar.


Ella llegó de manera sutil, pero con una presencia inevitable. Sus gestos y palabras transmitían un difrencial indescriptible, serenidad, que contrastaba con el caos emocional que yo, en mi fragilidad, intentaba disimular.


Desde el primer encuentro, supe que poseía una cualidad poco comun: la capacidad de escuchar de verdad, no solo las palabras, sino también los vacíos y silencios que estas dejan.


Nos convertimos en compañeros de reflexiones, compartiendo un sendero donde cada charla era un viaje hacia las verdades ocultas que ambos cargábamos.


En ella descubrí el verdadero significado de estar presente. No solo escuchaba, sino que aportaba perspectivas que mi inestabilidad no había considerado. Sus palabras aportaban orden al caos interno que a menudo dominaba mis pensamientos.


Consciente de mis defectos, la veía actuar con una paciencia y dedicación desafiantes. Su lealtad, no solo hacia mí, sino hacia lo que ambos valorábamos, era inquebrantable.

Ella cuidaba de lo que para mí era invaluable, mostrando una virtud rara que se potencia con el tiempo de manera recíproca.


No era solo compañía en los buenos momentos, sino una presencia constante y sólida, capaz de sostenerme cuando el resto del mundo parecía desmoronarse. Nuestras charlas a menudo exploraban el compromiso, no solo en una relación romántica, sino hacia las personas y cosas que nos definen.


Entendía, con una claridad impresionante, que el amor no es cuestión de momentos efímeros, sino de decisiones conscientes y repetidas para cuidar de lo que importa. En su lealtad hacia mí, vi lo que significa la verdadera fidelidad: un acto continuo de presencia.

En su decisión de alejarse, vi su capacidad de cuidarse a sí misma y poner límites donde yo había fallado. No vi un castigo, sino una muestra de su integridad. Comprendí que lo mejor era aceptar con humildad la dirección que la vida había tomado.


Ahora, al reflexionar sobre lo vivido, me queda la gratitud. No solo por los momentos buenos, sino también por las lecciones aprendidas. Aprendí que el amor verdadero no siempre es perfecto, pero cuando es auténtico, nos transforma.


No acepto su partida, no como una pérdida, sino como una transición. Me quedo con la certeza de que, aunque nuestro andar juntos se ponga en pausa, lo que compartimos siempre será parte de quienes somos.

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