El Sosten Invisible Del Equilibrio
- Don V.
- hace 1 día
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A veces, el cansancio no tiene forma ni motivo. No viene del cuerpo ni del laburo, sino de una sensación más profunda, a de sostener demasiado sin que nadie lo note. De ser el punto de equilibrio que impide el derrumbe, aun cuando nadie percibe el peso que eso implica.
Hay una forma de fatiga que proviene del alma que se estira demasiado. El cansancio que habita en la vigilia, ese que percibe el temblor ajeno antes de que se note, el que corrige el mundo en silencio para que no se caiga del todo.
Sostener parece un verbo menor, pero es una forma secreta de sacrificio. Quien sostiene no impone, no exige, apenas se asegura de que los bordes no se deshagan. Y mientras lo hace, el tiempo se escurre, lo propio se licua, la identidad se vuelve una suerte de niebla que acompaña a los otros sin dejar huella.
En esa constancia hay belleza, sí, pero también un riesgo, el de volverse transparente. La virtud extrema de la tolerancia se convierte en un modo de desaparecer, como si el alma, de tanto contener, terminara perdiendo su forma.
Quizás toda generosidad absoluta encierre un germen de extinción. Porque nada puede ofrecerse infinitamente sin que algo, en el fondo, se desgaste. Y así, los que sostienen, un día descubren que su fuerza, también necesita ser sostenida por alguien, aunque sea por el propio silencio que se concede un descanso.
No rendirse cansa y en ese cansancio hay verdad, la de quien entiende que incluso la fortaleza merece una pausa, y que sostener no siempre significa aguantar, sino, a veces, simplemente soltar un poco sin que todo se caiga.