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Huellas de una Malla Humeda

  • Foto del escritor: Don V.
    Don V.
  • 17 abr
  • 2 Min. de lectura


En el crisol de estos dias, donde la renovación espiritual pugna por emerger entre las grietas de un hogar univoco, me encuentro bailando en la cuerda floja de una paternidad expandida.


No es la resurreccion divina la que hoy me interpela con mayor fuerza, sino la terrenal, la cotidiana, la que se manifiesta en el vapor tibio que emana de una malla recien lavada, apresurando su evaporacion para que los sueños no se demoren.


Una quincena de primaveras florece, todavia indecisa entre abrirse al mundo o replegarse en la seguridad de lo conocido. Es ella quien navega las aguas turbulentas de una edad bisagra, donde la identidad se forja a golpe de certezas e incertidumbres, y donde las ausencias se dibujan como un hueco espectral en el lienzo familiar.


Ya aprendi eso de que la ausencia no es mero acto de desaparicion, sino un gran conjunto de significados, un tejido de proyecciones e introyecciones que modelan las subjetividades en juego.


Con una mano sostengo la fragilidad de una vocacion, con la otra, gestiono la herencia intangible de una falta. No hay lugar para la queja, solo la aceptacion de una realidad que me ha esculpido a golpes de necesidad y amor incondicional.


La familia, en su acepción más genuina, no reside en la completitud idealizada, sino en la capacidad de adaptación, en la búsqueda constante de un nuevo equilibrio, aun cuando la balanza parezca inclinarse hacia un lado.


La malla secándose al sol de la tarde es un símbolo humilde pero elocuente de esa tenacidad vital, de la fuerza que impulsa a seguir adelante, incluso cuando una parte esencial de la historia permanece en las sombras.

 
 
 

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